martes, 17 de abril de 2007

El caballero de la triste figura

¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Quijote de la Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo!


Esta tarde me hallaba yo totalmente inmersa en las profundidades de la cueva de Montesinos, cuando he levantado la vista hacia arriba y me he encontrado con que iba precisamente atravesando La Mancha hacia el sur.

Y es que a mí, contrariamente a lo que suele ser habitual, me gusta más El Qujiote de 1615. Con él me río casi tanto como con el de 1605, pero con él también me emociono, y en él encuentro reflexiones más ricas y más profundas, y ese pesimismo, ese desengaño que tanto me gusta del Barroco. Estoy ya llegando a la mitad de 1615 y efectivamente, Sancho Panza tiene ya menos de simple, y mucho más de discreto que en la primera parte. Y los momentos lúcidos de Don Quijote son mucho más lúcidos, (porque él es ahora un loco cuerdo). Pero tras esa nueva agudeza está, cómo no, un Alonso Quijano viejo y desencantado, un caballero de ideales rotos, que ya quizás no volvería a confundir molinos con gigantes, ni Maritornes con hermosas doncellas (al menos, si los demás no le echan una mano, y realizan por él esa transmutación de la realidad).

Pocos personajes me han resultado tan carismáticos como don Quijote, y desde luego, muy pocos han conseguido inspirarme tanta simpatía, y tanta tristeza a veces como este entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos (Ignatius Reilly, entre otros, pero es también un poco heredero del de la Mancha). Porque yo he tenido siempre una faceta poco quijotesca y no lo he sabido hasta agora. En mi realidad siempre está presente la locura poética, el deseo de vivir lo que leo y, sobre todo, esa melancolía (o malenconía) tan típica del andante caballero. A mí, como a Don Quijote, también me gustaría construir una realidad paralela y permanecer siempre dentro de ella; vivir lo que sueño, y soñar lo que vivo.

Infinitamente agradecida D. Miguel y al Caballero de la Triste Figura con todo su séquito, por haberme dejado tantas risas y haberme permitido disfrutar de tantas aventuras, ironías, sueños y metaficciones.

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